domingo, 26 de abril de 2015

- VIDA EN LA ESCUELA

Publicado por Miguel Ángel Santos Guerra, 25 abril 2015


Los terribles acontecimientos sucedidos en el instituto Joan Fuster del barrio de La Sagrera de Barcelona, en los que murió asesinado un profesor de Ciencias Sociales y fueron heridos varios miembros de la comunidad educativa por un joven de 13 años que sufrió un brote psicótico, nos han dejado consternados.
 


Durante unos días, estos hechos han estado en el epicentro de la noticia, han ocupado la parte más visible del escaparate de la realidad. La muerte en la escuela (¡un profesor asesinado por un alumno!) se convierte en noticia de cabecera de telediarios, periódicos y radios. De pronto, la realidad educativa cobra un inusitado interés que antes no tenía. Ahora empieza a considerarse preocupante la violencia escolar, la vigilancia en las entradas a los centros, la seguridad de los docentes, el papel de los tutores, la actividad del orientador, el ejemplo de los padres, la salud emocional de los niños y de los jóvenes… Ahora –y solo ahora, cuando el cadáver del profesor todavía no se ha enfriado- se abre un debate apasionado sobre el quehacer de la escuela y de la familia en la educación.

Pero no antes. Pero no después. Todo volverá a la normalidad. Los estudiantes acudirán a las aulas con sus mochilas a la espalda, los profesores afrontarán sus decisivas tareas, los padres llevarán a sus hijos a los centros escolares, sin que casi nadie reflexione o se preocupe por lo que sucede en el interior de las aulas. Hasta el señor Wert, al parecer Ministro de Educación, ha salido a la palestra para decir que este es un caso aislado y que la convivencia en la institución educativa es buena. Pero antes, ojalá que no lo pueda volver a hacer, ha endurecido las condiciones laborales de los profesores (más horas, menos sueldo), ha aumentado el número de alumnos en las aulas y ha reducido el número de los especialistas en las escuelas…

Lo que es noticia es la muerte en la escuela, la violencia en la escuela, la tragedia en la escuela. Pero no es noticia casi nunca la vida en la escuela, la convivencia en la escuela, la educación en la escuela. Es noticia el profesor muerto a mano de un alumno, pero no lo son los profesores que cada día hacen frente a sus responsabilidades con menores sueldos, peores condiciones y escasa formación inicial y permanente.

“El crimen de Barcelona eleva a un nivel insólito la violencia escolar”, titula en primera página El País. “Tengo que matar a más”, titula casi a toda página El Mundo. Nunca veremos en la cabecera del periódico este titular: “Millones de escolares trabajaron hoy en las escuelas aprendiendo a ser más críticos, más lúcidos y más solidarios”. Nunca veremos abrir un telediario con este avance: “Miles y miles de profesores trabajan con ilusión y esfuerzo en las aulas para ayudar a que los alumnos y las alumnas se conviertan en mejores ciudadanos y ciudadanas”.

Hace unos artículos, alguien comentaba en mi blog que debería existir un telediario de buenas noticias. Sólo de buenas noticias. Aunque esto parezca una contradicción en la cultura que vivimos. Porque en ella el concepto de noticia equivale a desgracia, calamidad o desastre. Noticia son los asesinatos, los secuestros, las violaciones, los diferentes e inagotables tipos de corrupción. Pero la bondad, el bien (y la educación concretamente) no lo son. A fuerza de tantas malas noticias, nos hemos acostumbrado a identificar novedad con calamidad, información con desastre, actualidad con maldad. Me apena oír hablar de educación solo cuando hay un conflicto, un escándalo, una tragedia, un secuestro o una violación en la escuela.

Todos los asuntos que han cobrado actualidad a raíz del crimen del instituto de Barcelona eran actualidad viva antes del 18 de abril. Y lo serán después: el aprendizaje de la violencia en una sociedad cargada de pulsiones agresivas, la educación en el seno de las familias, la atención a la diversidad de cada alumno, el desarrollo emocional, la calidad de la educación, las enfermedades mentales de los niños y de los jóvenes, la edad penal de los jóvenes…

A raíz del trágico suceso se ha puesto sobre el tapete de las preocupaciones la seguridad de los profesores y de las profesoras. Pero todos los días acuden a las aulas, sabia, humilde y pacientemente los profesores sin que nadie se pregunte en qué condiciones lo hacen. No preocupa mucho quiénes son, cómo han sido elegidos, cómo son formados y cómo son tratados por la política educativa. Si esa profesión es tan delicada, difícil e importante tiene que seleccionarse para ella a las mejores personas de un país. No a quien no valga para otra cosa.

Téngase en cuenta que en cualquier profesión el mejor profesional es aquel que mejor manipula los materiales, pero en esta el mejor profesional es el que más y mejor los libera. En esta sociedad del conocimiento todo el mundo sabe que quien tiene conocimiento tiene poder. El profesor dedica su vida a compartir con los alumnos el conocimiento que posee.

Hace unos días leí una frase de Arturo Pérez Reverte, autor con quien no comparto muchas ideas sobre educación, que considero extremadamente lúcida: “Deberíamos triplicar el sueldo a los profesores. Hacer de ellos una profesión bien pagada, rigurosa, de élite. Son nuestra única salvación”.

A raíz de la tragedia se ha empezado a hablar de la escuela y de la educación. Pero la escuela estaba ahí y muchos de quienes ahora hablan y hablan y escriben y escriben, la tenían completamente olvidada.

Creo que la educación es el asunto más importante del país. Pocas veces aparece esta preocupación como prioritaria en las encuestas del CIS. Pocas veces se plantea la educación como una cuestión de vital importancia para la sociedad. Una educación de calidad de todos y de todas y para todos y para todas, Ese es el camino para la transformación profunda de vida en común. Creo con Herbert Wells que “la historia de la humanidad es una larga carrera entre la educación y la catástrofe”.

La solución a los problemas del país y de la humanidad no está, a mi juicio, en los despachos ministeriales, ni en los cuarteles, ni en las industrias, ni en las multinacionales, ni en los bancos, ni en las iglesias. Está en las escuelas. Está en la educación. No quiero decir que otras instancias no puedan aportar nada. Claro que sí. Todos somos necesarios para construir una sociedad mejor. Pero los cimientos de esa sociedad justa y hermosa se construyen a través de una verdadera educación. Una educación que no es mera instrucción, ni mera socialización ni, por supuesto, mero adoctrinamiento. Una educación entendida como un proceso que nos ayuda a pensar críticamente para entender el mundo y que nos impulsa a ser solidarios y compasivos son los demás. En definitiva, una tarea que nos ayuda a pensar y a convivir. Esa es, a mi juicio, la gran noticia.